Estos versos de José Hierro –poeta lúcido de mente y de corazón bueno– me parecen expresión preciosa y perfecta de la vida de Francisco de Asís y de la espiritualidad franciscana.
Podemos, si dejamos volar la imaginación, representarnos a Francisco, recorriendo con sus pies desnudos los bosques otoñales de Asís, contemplándolo todo con la mirada con la que un niño descubre los primeros libros de su vida, y escuchando en sus adentros esa voz íntima que nosotros escuchamos ahora en el poema.
Así se forjó la vocación del Poverello, en apertura al misterio de la vida, acercándose con bondad a su transparencia.
El franciscanismo, surge de aquí, de la mirada inocente posada sobre la inocencia de las criaturas. Es una cosmovisión holística de la realidad, un intento no de explicación ni de transformación estructural de la misma, sino de inserción en la complejidad del mundo, algo que, en lenguaje grato al diccionario franciscano, denominamos misterio. Y el camino franciscano de penetrar el misterio es (volviendo a la imagen del poema de José Hierro) la comunión con las criaturas o, dicho franciscanamente, la fraternidad.
Víctor Herrero de Miguel, Ofmcap
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