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“Si le preguntan por el significado de las formas
que hay en el retablo, dígales que representan la paz”.

Lucio Muñoz

Lucio Muñoz fue escogido, tras la muerte de Carlos Pascual de Lara, para decorar el ábside de la Basílica de Arantzazu. Muñoz, que era pintor, destacó por sus obras en madera. Ese material le permitía “arañar, raspar y luchar contra el soporte” a diferencia del lienzo y su relieve le daba la dimensión que necesitaba para la expresión artística. El arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza destacó de su obra su alta emoción espiritual: “Enamorado de la pausa y del silencio interior, que a través de cada cuadro sugiere al espectador una ventana abierta donde la persona en su angustia, cansada de una naturaleza artificial e imposible que ella misma ha creado y que le asfixia, pueda reencontrarse”.

Muñoz pasó largas horas contemplando el paisaje que rodea al Santuario y el retablo que ideó es una prolongación del ambiente de paz que se respira en este paraje. Como principal motivo quiso destacar la figura de la Virgen. “Para conseguirlo he usado símbolos sencillos y fáciles de captar, aunque no he pretendido realizar una figurativa visión sobre los cánones clásicos. De esta forma pretendo que lo narrativo pase a segundo término, con el fin de no distraer al creyente ni disminuir su capacidad de concentración, procurándole el clima necesario para que sienta, mejor que comprenda, a la Virgen”.

El ábside de seiscientos metros y realizado en madera tallada y policromada puede dividirse en tres zonas. En la zona baja del retablo y ascendiendo por los laterales Muñoz colocó la parte terrena. “Son formas de un ímpetu más agreste con colores un tanto opacos y silenciosos que recogen el espíritu de la tierra de Arantzazu y Gipuzkoa”. Esta parte es la que rodea al camarín y es donde la madera tiene un tallado más profundo y una coloración “leve pero violenta”.

Ascendiendo aparece una coloración en tonos azules. El artista quiso representar con ese color la idea del milagro que supuso la aparición de la imagen de la Virgen. La composición sigue un ritmo ascendente donde se mezclan distintos tonos azules con zonas más oscuras, hasta llegar a la parte superior donde la claridad vence. Es el triunfo de la verdad, que es Cristo, representado con el color azul.

La composición del ábside responde a dos interpretaciones. En la primera, Muñoz coloca tonos oscuros en la parte inferior, simbolizando la sequía, el hambre, el enfrentamiento, hechos anteriores y contemporáneos al milagro de la aparición. Encima del camarín los colores se van aclarando. La guerra termina, comienza a llover y las formas violentas se suavizan. La paz y la tranquilidad llegan, por fin, al pueblo vasco. En la segunda, el mundo hasta la llegada de Cristo vivía en la oscuridad, en el pecado. La Virgen representa el momento donde comienza el cambio. De la Virgen nació Jesucristo, vencedor del pecado y salvador de la humanidad. A partir del camarín, empiezan a aparecer tonos azules, en lucha todavía con el mal, hasta que en la parte superior el color azul representa la victoria de la verdad.

Lucio Muñoz nació el 27 de diciembre de 1929 en Madrid. Este representante del realismo madrileño tuvo su formación en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Becado por el gobierno francés, en 1956 viajó a París, donde tomó contacto con la tendencia francesa “Art Autre”, lo que provocó en él el interés por la abstracción. Así, de los inicios realistas, evolucionó hacia el informalismo. Sustituyó el lienzo por la utilización de maderas, papeles quemados y materiales de desecho. En 1962 realizó el gran mural para el ábside de la Basílica de Arantzazu y posteriormente, hacia 1968, su obra varió hacia una etapa más realista. En los años 80 volvió a utilizar la madera en sus trabajos. Sus murales más significativos, junto al realizado para decorar el retablo de Arantzazu, fueron los que creó para el aeropuerto de Barajas y el edificio Indubán de Madrid y el techo de la Casa del Cordón de Burgos.

Carlos Pascual de Lara nació en Madrid el 10 de febrero de 1920. Su obra está enmarcada en la Escuela de Vallecas, la Escuela de Madrid y la corriente muralista española de los años 50. Su trabajo plástico, que parte de un planteamiento totalmente pictórico, termina derivando hacia concepciones de corte escultóricas como la obra de Henry Moore. Su influencia fue muy grande en relación a la renovación de la ilustración a través de revistas literarias, artísticas y la prensa. Otra faceta importante de su producción fue la pintura religiosa en la que desarrolló numerosos trabajos tanto de índole mural como de caballete. Aunque murió muy joven, fue un artista prolífico y realizó obras para distintas iglesias, parroquias y basílicas de Madrid.

“He pretendido representar en el ábside
el camino espiritual que todos los días recorre
el más humilde de los vascos”.

Carlos Pascual de Lara

El ábside ideado por Carlos Pascual de Lara pretendía “con una gama rica de color, de tonos vibrantes y luminosos” unir los aspectos históricos de la orden franciscana y del Santuario con el tema bíblico de la Virgen y su papel en la historia de la salvación que culminó con la institución de la Eucaristía. Con todo esto el autor deseaba llegar a “una síntesis cósmica-eucarística-mariana”.

En su proyecto inconcluso Lara distribuyó los temas en tres zonas. En el eje y en la parte inferior, donde está el camarín de la Virgen, representó al pastor Rodrigo de Balzategui en actitud de asombro ante la aparición de la misma. El pastor surge de un gran espino que rodea también el camarín. En la parte media y sobre el camarín la Sagrada Cena representa la Eucaristía y en la parte superior una gran figura de la Virgen preside todo el templo. Un coro de ángeles sirve de separación y ligadura al mismo tiempo de las zonas derecha e izquierda. En la zona lateral izquierda inferior recoge las batallas entre los oñacinos y gamboínos. Ascendiendo se observa a frailes prisioneros, mártires, incendios y actividades misioneras franciscanas y descendiendo a peregrinos en dirección al camarín. En la zona lateral derecha muestra la construcción de la nueva Basílica. En la parte inferior de la misma aparece San Francisco en actitud de levantarla sobre sus hombros. Rodeando este tema una gran zona de peregrinos y marineros también en dirección al camarín. En la parte superior existe una composición en referencia a la paz y al trabajo.

De esta obra que Lara iba a realizar se conserva un boceto en el claustro del Santuario.

A mediados de 1952, los arquitectos Francisco Javier Sáenz de Oiza y Luis Laorga, con el beneplácito del Provincial Pablo Lete, invitaron a varios artistas a participar en el concurso por el que se decidiría quién iba a realizar la decoración pictórica de la Basílica de Arantzazu. Las personas encargadas de elegir la obra más adecuada fueron los propios Sáenz de Oiza y Laorga, el escultor Jorge Oteiza, el arquitecto Secundino Zuazo y el pintor Daniel Vázquez. Los dos últimos miembros de la Academia de San Fernando de Madrid. De los diez bocetos que presentaron a concurso, se estimó por unanimidad que solamente dos, el de Carlos Pascual de Lara y el de Néstor Basterretxea, eran apropiados para el proyecto. Se estableció que Lara pintaría el ábside y Basterretxea se encargaría de la cripta. Esto se les comunicó a los pintores en enero de 1953.

Meses antes de que la construcción de la nueva Basílica hubiera concluido, en verano de 1955, llegó desde Roma la orden que confirmó la decisión que el Obispo de San Sebastián, Jaime Font Andreu, había tomado un año antes: la decoración del Santuario fue prohibida por no ajustarse a los cánones artísticos establecidos. Todos los artistas encargados de la decoración tuvieron que acatar ese mandato.

Los años transcurrieron sin solución aparente hasta que en 1961 se decidió convocar un concurso nacional para decorar el ábside que había quedado sin terminar. Lara había muerto en 1958 y había que elegir la obra de otro artista. Se presentaron cuarenta y dos propuestas de todas las tendencias, puesto que en la convocatoria se recogía que “las condiciones del concurso no exigen labor de pincel, sino que abren posibilidades a la escultura, al hierro forjado, al mosaico, a los juegos artísticos de luces, a soluciones mixtas variadísimas”. Se acordó por mayoría otorgar el primer premio y el encargo de la obra al pintor Lucio Muñoz de Madrid. El ábside de la nueva Basílica de Arantzazu fue inaugurado el 28 de octubre de 1962.

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