Los franciscanos (en el contorno se les llama «los frailes de Arantzazu») han permanecido junto a la Andre Mari más de cinco siglos (1501). Sin ellos, este lugar solo hubiese sido una anécdota.
Guardaron la imagen y, en los momentos críticos, la fe del pueblo. La Andre Mari, el pueblo y la fraternidad franciscana han creado la historia de Arantzazu. Piedad, evangelización y cultura han ido siempre de la mano. También en la última época, los franciscanos han mantenido su ininterrumpida tradición de literatura euskaldun, con notables investigadores, escritores y poetas. Su biblioteca es un punto de referencia para la historia y la literatura de este país.
La vida profunda que se desarrolla en una comunidad religiosa, con sus limitaciones humanas, suele estar velada. El hermano que calladamente ora, o el que se sienta a oír confesiones, o el que atiende a un peregrino enfermo… Es esta corriente secreta, esta fidelidad diaria, la que vivifica todo esfuerzo y anima toda obra exterior.
Es verdad que, comparada con otras épocas de abundantes vocaciones, la fraternidad ha disminuido. Sin embargo, cuida la celebración del santuario, sigue evangelizando con palabra múltiple (predicación, pastoral de adultos, radio, televisión…) y hace pocos años renovó el “Centro Francisco de Asís”, centro de espiritualidad para unos días de retiro y reflexión con ofertas variadas.
La Fraternidad de Arantzazu, en su vida sencilla, entrega sus fuerzas para el bien de los peregrinos. Los trabajos domésticos, cuidado de los enfermos y ancianos, escribir en la revista, dar clases en la universidad, atender a las monjas de clausura, reuniones, peregrinaciones, novenario, el canto, la oración... es la vida y la actividad plural de la Fraternidad de Arantzazu.