¡Paz y bien a todos! Es la segunda vez que vengo a Arantzazu. Estoy contento por haber dejado el calor de Roma y haber encontrado aquí temperaturas más normales a la época en la que estamos. Contento también por encontrarme con todos vosotros. Gracias por la invitación, Joxemari. Estoy aquí, junto con Cesare, para compartir y reflexionar juntos sobre el tiempo que estamos viviendo.
Todo los miembros de la Iglesia sepamos discernir los signos de los tiempos. Me gustaría que este fuera el estribillo del día de hoy. Empiezo por el Sínodo que se está celebrando estos días. El tiempo sinodal se centra en el tema de la escucha, que es central para nosotros hoy. Como .definitorio general hemos dedicado la carta de la fiesta de San Francisco, precisamente al tema de la escucha. La metodología sinodal tubo una primera fase narrativa en todas las iglesias particulares, y luego una segunda fase de discernimiento. Narrar bien nuestra historia y nuestra realidad es importante. Joxemari nos ha hecho una pequeña narración de la provincia.
Yo no estoy aquí para decir cosas nuevas. Esas palabras recogen casi todo lo que iba a decir. Estoy aquí para ayudar en la escucha común de la presencia del espíritu en este tiempo.
Primera fase: la escucha.
Es el primer paso. Nuestra escucha nos dice que la vida religiosa y la orden van cambiando a pasos agigantados. Nadie tiene garantizado permanecer para siempre. Somos criaturas limitadas, no somos el Creador. Ya ha sucedido varias veces en la historia de la Iglesia, pero no de forma tan generalizada. Ya lo anticipó Juan Pablo II en 1994: "ninguna forma particular de vida consagrada tiene la certeza de una duración perpetua. Cada una de las comunidades religiosas puede desaparecer. Históricamente se puede constatar que, de hecho, algunas han dejado de existir, al igual que han desaparecido también algunas iglesias particulares. [...] Institutos que ya no son adaptados a su época o que ya no cuentan con vocaciones pueden verse obligado a cerrar o a unirse a otros", decía el papa. La garantía de duración perpetua hasta el fin del mundo, que ha sido dado a la Iglesia en su conjunto, no se ha prometido necesariamente a los institutos religiosos.
El mensaje es claro, hay que asumirlo.
Vemos que por nuestra edad y por la secularización (contra el hecho religioso) y la post-secularización (indiferente respecto del hecho religioso) nos cuesta situarnos en este mundo, lo que causa una desconexión con el sentir de esta sociedad. Puedo escuchar a hermanos que en Europa me dicen que todo esto es pasajero. Yo les digo que no. No sabemos qué pasara, pero es seguro que no volveremos a tiempos pasados. No hay un pasado al que volver, sólo futuro que construir.
No obstante, no hay que decir basta, fin, sino buscar las fortalezas del momento y tratar de llevarla a término. Es preciso no ceder al desánimo, que está bien difundido entre nosotros. En mis visitas me topo con hermanos desmotivados, deprimidos... parece que si no estamos en el centro del mundo ya no somos nada. [...] En una sociedad sin centro, como podemos pretender estar nosotros en el centro. ¿En el centro de qué?
Tenemos que asumirlo, porque el Señor, a través del Espíritu, nos pide vivir esta situación. En nuestra querida Iglesia hay conservadores tradicionalistas, muchos de ellos jóvenes, que quieren retroceder 50-60 años. Eso es imposible. Y van reproduciendo un pasado mitológico. El pasado es pasado. Tenemos que situarnos en el presente.
En palabras del padre Pier Luigi Nava, subsecretario del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada, formado en el derecho canónico: "Una institución con el paso del tiempo siente progresivamente que ya no es capaz de cumplir las expectativas eclesiales derivadas del llamado carisma fundacional." —Y no hace de ello un drama. Él habla también sobre su congregación.— "Al mismo tiempo toma conciencia de que ha cumplido su tarea en la Iglesia. En el horizonte de la experiencia de fe, la percepción de la plenitud se produce como un ejercicio progresivo de desprendimiento en la lógica paulina de la pérdida, para redescubrirnos, a pesar de todo, en la Gracia de la fidelidad al don de Dios. Gracia que precede y acompaña, incluso el resultado de nuestras limitaciones."
La plenitud en el perder. No es la lógica de la Pascua, es una lógica pascual. También es verdad que a veces se apaga el fuego vocacional en nosotros. Se da la pérdida de sentido. Es algo muy serio. [...] Un mundo ha desaparecido y luchamos por ver con claridad lo que viene después, lo que está naciendo. En julio visité una provincia italiana, que se resiste un poco a todo cambio. Hace tres semanas que se ordenó un joven de 29 años. Me decía que soñaba con que su provincia volviera a tener 100 hermanos, y que todas las casa estaban llenas y que se iban a abrir nuevas... Le dije que aquello no era una sueño sino una pesadilla. No es posible que un joven pueda pensar así. Me preocupa.
Frente a esta situación hay que ir aprendiendo a elaborar el duelo. No digo con esto asumir el decrecimiento pasivamente. En muchos de nosotros el ideal es el modelo del pasado. Pero eso es la idea. La realidad es otra. Nos tenemos que enfrentar y confrontar con la realidad. Los signos de los tiempos.
El Espíritu habla a través de la Historia. Dios no habla directamente. Dios habla a través de la historia, a través de la realidad. Está hablando hoy, con una voz grande. ¿Sabemos escuchar?
[...]
Segunda fase: el discernimiento
El discernimiento no es una palabra exclusivamente jesuítica, sino también franciscana. En la literatura bíblica encontramos dos rasgos esenciales del discernimiento: el discernimiento profético y el sapiencial.
Sabemos que ne el mundo bíblico el profeta no predice el futuro, sino que escudriña el presente, que es la única y verdadera ventana del futuro. Nos tenemos que convencer de que efectivamente, este presente que vivimos es ventana del futuro. No es fácil. Este presente nos deprime, nos da pena, pero es ventana de futuro. Observándolo desde el punto de vista de aquello que a los ojos de Dios marca realmente la diferencia. El profeta es una consciencia crítica de la fe común. El profeta trae sobre sí el resentimiento del rey, de los sacerdotes y del pueblo, de la política, de la religión y de la sociedad. Esto le coloca al profeta en la posición de víctima predestinada. Jeremías es ejemplo de todo esto.
No es fácil, porque el discernimiento profético orienta la realidad a medirse con la revelación de Dios, permanece vinculada a un acontecimiento siempre mayor, superior a cualquier reducción política, religiosa o social. Necesitamos esta profecía. El amor de Dios por este mundo, su amor por las personas concretas de este mundo, su presencia... El discernimiento profético ayuda a ver esa realidad mayor, la revelación, y exige disponibilidad par la conversión. No se trata de aferrarse a lo que se considera intocable. A veces los hermanos me piden hablar sobre lo intocable de nuestro carisma. No hay nada de eso. Es el Espíritu que actúa. Tenemos que fomentar la libertad para expresar lo esencial con la ligereza que sólo poseen las cosas nuevas. Con nuestras limitaciones, agarrar el espíritu y su libertad. Está haciendo algo nuevo entre nosotros.
El cristiano es realista cuando cree y percibe la santa operación (como diría san Francisco) del Espíritu. Porque san Francisco en la Regla habla de la misión, pero pone en el centro la operación del Espíritu en nosotros. ¿Que es eso? Escuchar esta presencia en nosotros, en los hermanos, en el mundo. El Espíritu sopla siempre de nuevo.
Pero en el mundo bíblico aparece también el discernimiento sapiencial. Israel ha vivido la primera diáspora, luego la destrucción del templo y después, en la época helenística, cuando Israel se sumergió en la primera verdadera globalización cultural. En el contexto de este gigantesco espacio cultural abierto la tradición bíblica descubre la mirada sapiencial. En ella, ya no se escuchan los ecos del éxodo (alianza, ley, sacrificio... derecho canónico, teología ortodoxa, marcar nuestra identidad...) ahora se sitúa al nivel de la condición humana cotidiana y ordinaria. Eso es la sabiduría. Porque los judíos vivieron entre griegos, paganos,.. cómo permanecer fieles a la alianza. Esa es la pregunta sapiencial, ante el amor, el dolor, la muerte, la tragedia, y en general, el enigma de la experiencia de lo real. ¿Cómo permanecer fiel a la alianza hoy, en una cultura de pobreza que se expande, cultura de injusticia, de guerra, de polarizaciones políticas y sociales tan fuertes?¿Cómo permanecer fieles a la alianza de una manera creativa?
El discernimiento profético actúa en nombre de la revelación, la ley, la alianza, la revelación de Dios... el discernimiento sapiencial configura con inmensa paciencia lo que es posible en la historia. La voz de la sabiduría responde a esta pregunta: ¿me es posible creer aquí y ahora? Cuando nada habla de Dios.
San Francisco en su tiempo, todo era voz de Dios, pero hoy en día no.
Estos rasgos del discernimiento bíblico, el profético y el sapiencial, son naturalmente, complementarios. el discernimiento profético sin actitud sapiencial corre el riesgo del fundamentalismo. El discernimiento sapiencial, en cambio, sin intención profética, se adapta a la realidad e una manera pasiva.
La profecía sin sabiduría corre el riesgo de la intransigencia. La sabiduría sin profecía, el indiferentismo.
En este tiempo que vivimos es fundamental redescubrir el soplo de la sabiduría. Haberla descuidado a veces, ha dado lugar a que la profecía no sea realmente fuente de inspiración para la vida. Hemos retomado los núcleos carismáticos fundamentales de una manera muy fuerte: una vida fraterna, de oración, comprometida con los pobres. ¿Pero cómo vivir eso en lo cotidiano? Nos ha faltado hacer ese análisis, para poder leer la realidad. Ha faltado esa conexión, han quedado grandes principios, ¿pero cómo vivirlos hoy, en esta realidad concreta nuestra? Si no estamos atentos a esta pregunta corremos el riesgo de hacer insignificante la profecía de lo que estamos llamados a ser.
Jesús anuncia la novedad del Reino con el tono de los profetas. Es el gran profeta. Pero con sabiduría, porque cuando Jesús nos habla de Dios, nos habla de ser humano a ser humano. Al mismo tiempo que Jesús presenta lo absoluto de Dios, muestra su plenitud en lo concreto de la vida cotidiana. En lo concreto de la vida cotidiana, en lo concreto de sus limitaciones... se anuncia y se presenta lo absoluto de Dios. Descubrir en lo que estamos viviendo la plenitud de Dios y su presencia es el alimento de la fe.
Necesitamos urgentemente la novedad permanente de la profecía del evangelio que nos transmite la Regla de Francisco, y al mismo tiempo la sabiduría para vivir el evangelio en las situaciones más concretas de la vida cotidiana. En la Regla Francisco presenta el absoluto: la vida y la regla de los hermanos menores es vivir y observar el santo evangelio. ¿Más absoluto que esto qué hay? 800 años de Regla significan 800 años de evangelio.
Francisco (y Clara de un modo más radical)presenta este absoluto. Y después añade que no lleven zapatos, pero el tiempo, el frío el calor... que no, pero... Eso significa no solo adaptación, sino vivir el absoluto de Dios, del Evangelio, en la vida cotidiana. Esa es la armonía y equilibrio de nuestra Regla. Y esto, dentro de nosotros, a parte de las muchas luchas ideológicas y no evangélicas, a traído conflictos y disputas: no es fácil vivir el absoluto de Dios en lo cotidiano. ¿Qué significa vivir radicalmente la vida franciscana? En nuestro noviciado, nuestro maestro, un dulce anciano franciscano de 70 años nos respondía: significa que por favor, todos ustedes estén mañana a las seis de la mañana en el coro. Comencemos a vivir la radicalidad desde lo concreto y lo cotidiano. Trabajemos lo cotidiano.
¿Cómo mantener vivo el fuego de la profecía, el absoluto del evangelio, en la realidad de disminución que tenemos y también en medio de la pérdida de sentido que tiene nuestra forma de vida en las culturas actuales? No tengo respuesta. Tenemos que buscarla juntos.
Para terminar:
Simplemente no cansarnos de seguir viviendo juntos lo que prometimos y dio sentido y sabor a nuestras vidas. Sigamos viviendo nuestra vocación. Aunque seamos los últimos en hacerlo, puede ser, vale la pena. ¿Me creo que la vivencia de la vida es más importante que la supervivencia de las estructuras físicas y mentales?
Reconocer al menos una o dos prioridades donde profecía (el absoluto de Dios y del Evangelio) y sabiduría se encuentren. No podemos hacerlo todo. Debemos elegir y dar vida y dar luz a lo que hacemos. Elijamos una o dos prioridades. Somos pocos, reducidos, ancianos... Vivirlo todo es imposible. ¿Cómo enfocarnos en algo que integre profecía y sabiduría?
Vivir el tiempo del declive y de la propia muerte con audacia y auténtica sabiduría, encontrando la fuerza para permanecer en relación con Dios y en contacto con la gente de hoy. Hacer de esto experiencia de fe. Intuir que en estos cambios tan radicales que estamos viviendo al final de nuestra institución y de nuestra vida Dios nos está diciendo algo muy profundo.
Ahora busquemos entre todos elementos de sabiduría y profecía para el presente que estamos viviendo, con la ventana abierta al futuro.
Massimo Fusarelli,
Ministro general de los franciscanos